Las evocadoras ruinas de San Adrián del Madero


“El valor de una civilización se mide no por lo que
sabe crear, sino por lo que sabe conservar”.
Édouard Herriot
El 15 de enero, un día frío, tomamos la dirección de Valdegeña, pues allí se encuentra nuestro siguiente objetivo. Era el primer viaje del nuevo año buscando iglesias románicas abandonadas y abiertas al cielo.
No nos extenderemos en la forma de llegar a esta población, pues sería repetir lo que escribimos en el artículo dedicado a San Román. Tampoco lo haremos sobre el municipio pues ya quedó escrito en el mismo texto.
En Valdegeña nos esperaba Nicolás Ruiz Lázaro con quien habíamos compartido espacios en las aulas del I.E.S Antonio Machado. Fuimos, entonces, sus profesores y, en esta ocasión, invertidos los términos, era él quien iba a enseñarnos lo mucho que sabe y nosotros a tratar de ser buenos alumnos y a aprender.
No sabemos si vivir en Valdegeña donde Nicolás compró una casa es un reto o un acto de amor. Quiso enseñárnosla, pues la ha levantado él, con los restos de otras obras caídas, con ayuda de amigos, pues han pasado por allí más de cien personas para echar una mano, y, sobre todo, con pasión. La casa está sin acabar, y su conclusión significará para Nicolás su partida, probablemente a Argentina.
Nicolás se ha servido del sistema workaway, por el que se ofrece alojamiento a cambio de ayuda. Dos jóvenes polacas, Ola y Julia se hospedaban ese día en su casa y se prestaron a acompañarnos.


El camino hasta las ruinas, enclavadas en el Madero, es de difícil acceso para los automóviles. Los seis nos dividimos en dos coches para realizar el primer tramo del camino. Desde allí, aunque muy apretados, utilizamos una furgoneta del hermano de Nicolás capaz de vencer las rampas, los baches y barranquillos que el camino nos fue mostrando. El sendero nos llevó hasta el paraje de Las Dehesillas donde se cruza con el camino que sube desde Castellanos del Campo. En este lugar apareció ante nuestros ojos un bosque de quejigos adehesado y muy cuidado, con ejemplares centenarios, alguno de ellos con troncos de más de 5 metros de grosor. Desde este punto nos dirigimos hacia el norte hasta llegar a una nueva bifurcación: hacia el noroeste, camino a una antigua explotación minera y hacia el noreste, dirección a San Adrián. Al final de la ascensión, junto a las ruinas de una caseta de las antiguas explotaciones mineras, dejamos el coche y descendimos hacia las ruinas por un camino salpicado de piritoedros bastante regulares que el sol hacía brillar y destacar.
Los restos de esta iglesia de San Adrián fueron dados a conocer en 1979 por Clemente Sáenz Ridruejo quien publicó el artículo: “La iglesia de San Adrián en la Sierra del Madero” en el número 58 de la Revista Celtiberia, “con el único objeto de darlo a conocer”. Localizó estas ruinas, en terrenos de Villar del Campo, a escasos cuatro kilómetros del despoblado de Castellanos del Campo. Hace 46 años, don Clemente Saénz se encontró con un monte cuyas laderas estaban deforestadas. Hoy la menor presión ganadera y humana ha revertido la situación y el bosque es denso e intrincado.
Existe sobre esta iglesia una referencia documental, fechada en 1123 en la que se menciona que Alfonso I, el Batallador, hacía entrega al monasterio de San Millán de la Cogolla de la “ecclessiam Sancti Adriani que est in Valle Iaen, in termino de Soria”; este Valle Iaen es sin duda Valdegeña. La tradición oral y las leyendas vinculan estas ruinas a los templarios, determinando que en ellas existió un convento y que por eso a este pago se le conoce, en la comarca y en los mapas cartográficos del Instituto Geográfico Nacional, con el nombre de “El Convento”. Conviene recordar que la última explotación minera de galena argentífera, que existió cerca de estas ruinas hasta 1965, se denominaba San Adrián de los Templarios.

¿Pero qué hacía este inmueble en mitad de ninguna parte y a casi 1.300 m. de altitud? Sin duda la existencia de un manantial es necesaria en cualquier instalación conventual. Además de este condicionante, el deseo de retiro de los monjes, la “huida del mundanal ruido”, y el tratarse de un lugar próximo al denominado Cordel de Ganados del Convento de San Adrián por la Cuerda de la Sierra del Madero, pudieron ser algunos de los factores que incidieron en su localización. Nicolás nos explicó, además, que al lado de estas ruinas existió una explotación minera y que es muy posible que ambos ámbitos, el minero y el religioso, tuvieran algún tipo de conexión. La suma de todos estos factores, sin duda, propiciaron este asentamiento monástico; algo que hoy nos cuesta entender, tan apartado del mundo, y con esas dimensiones.
Abandonando la senda y dejando a nuestra derecha los residuos de una pequeña explotación minera, nos encontramos con los escasos restos de la iglesia, escondida entre la maleza y rodeada de un bosque tupido. Lo primero que vimos es su fuente, construida con lajas y con el vano adintelado, de la que mana un pequeño caudal encauzado en una canalización moderna. La fuente estaba muy cerca del hastial de poniente de la iglesia. Hacia el este, y ya en el interior de la antigua iglesia aparecen los restos de un chozo de pastores construido con la misma técnica, pero ya sin techumbre. Esto nos alertó de la posible utilización como majada de estas ruinas cuando quedaron abandonadas en los siglos pasados. Hacia el norte de estas dos edificaciones destaca, entre una muralla de zarzamoras, el muro septentrional de la iglesia.
Sus entrañas están pobladas de zarzamoras, aliagas, quejigos, encinas y un acebo. Para guiarnos en este amasijo de ruinas y vegetación seguimos lo escrito por Clemente Sáenz Ridruejo en 1979, Pedro Luis Huerta Huerta en 1999 y por un plano, muy detallado, publicado por Santiago Lázaro Carrascosa en 2010, en el que se aventura a planimetrar la iglesia y varias dependencias conventuales. Estas guías nos sirven para hacernos una idea de lo que estábamos viendo y de lo que allí hubo en un pasado bastante lejano. Del antiguo convento que albergaba la iglesia apenas queda nada, y, sin embargo, todavía podemos ver las entradas a los túneles de las minas de plomo con vetas argentíferas.
Se marcan, sin embargo, como si fueran restos de un esqueleto, los tres ábsides en su cabecera, y nos sorprendieron las dimensiones de estos. La construcción se hizo mayoritariamente con lajas de arenisca del entorno, colocadas a soga, y unidas con mortero de cal y arena. Estos restos nos llevan a entroncarlos con los que hemos visto al otro lado de la Sierra del Madero, en Tierras Altas, desde la iglesia de Rabanera en Ventosa de San Pedro hasta las construcciones de Castillejo de San Pedro.
Lo que mejor pudimos apreciar es el muro del ábside de la Epístola, que conserva casi todo su perímetro y se encuentra libre de vegetación. En su interior se puede ver parte del antiguo enlucido. Apartando zarzas y arbustos, logramos acceder al interior del ábside del lado del Evangelio, dominado por un fuerte acebo. Allí podemos apreciar la disposición del ábside principal que en 1979 contó, según cuenta don Clemente Saénz, con una prolongación a ambos lados del arco triunfal a modo de cancel, solución que no vemos en otros templos sorianos, pero que relaciona esta iglesia con las del Pirineo oriental. Hoy, de aquellos grandes sillares que cerraban la capilla mayor solo queda, caído, el del lado norte; mientras que la tupida vegetación no permite ver lo que hay en el lado meridional.
Entre los grandes montones de piedra en que se ha convertido este convento destacan buenas piedras sillares de arenisca trabajadas a hacha, así como bastante piedra toba, que nos hacen pensar en una cubierta abovedada para la cabecera. Siguiendo lo que hemos visto en tantas iglesias del rural soriano, la cabecera estaría abovedada, mientras que las tres naves lo harían con una cubierta de madera, desconociendo como fue la separación de las tres naves.

Sabemos por la descripción que de ellas hizo don Clemente Sáenz, que varias columnas toscas llegaron hasta el pueblo de Trévago, desconociendo si siguen allí custodiadas. Nicolás también nos informó de que en el Museo Etnográfico de Valdegeña se expone un sillar, quizás romano, con una inscripción en latín, que llegó a la localidad procedente de estas ruinas. Seguro que, en un futuro no muy lejano, nuestro antiguo alumno realizará un estudio de él, que sin duda añadirá valor para el conocimiento de este espacio.
Según el SIGPAC, estas ruinas se encuentran en el interior de una parcela privada de 127,41 hectáreas, la mayoría de matorral. Avanzado el siglo XXI estas ruinas necesitan y merecen una limpieza e intervención arqueológica que daría a conocer como fue la planta del inmueble, así como las posibles dependencias del convento situadas hacia poniente. Por el lugar en que se encuentran es una labor ardua y complicada, pero la intervención arqueológica aportaría conocimiento y riqueza patrimonial al entorno.
Las vistas desde este lugar elegido por los monjes son preciosas. Algo bastante habitual. Aún deben de ser mejores desde la torre de vigilancia contra incendios ubicada en lo más alto, junto a los gigantes aerogeneradores que la empequeñecen.


Nicolás también nos condujo hasta la última explotación de galena argentífera. Antes de llegar a ella se puede ver un gran estanque y una canalización de agua que la antigua explotación construyó para poder lavar y cribar el mineral. Además, nos contó que el mineral se bajaba en sacos y en todo terrenos hasta la N-122 y desde allí con camiones hasta la fundición de Linares (Jaén). Hoy impresiona la gran boca mina, así como el acopio, ladera abajo, de los residuos mineros.
La bajada la hicimos igual que la subida, todos apretados, pero eso no nos impidió gozar de la visión del bosque de esos quejigos desnudos, en una imagen casi fantasmal.



BIBLIOGRAFÍA:
- DÍEZ SANZ, Enrique y GALÁN TENDERO, Víctor M. (2012): Historia de los despoblados de la Castilla Oriental. Tierra de Soria siglos XII a XIX. Ediciones de la Excma. Diputación Provincial de Soria, colección Temas Sorianos nº 56. Página 340
- HUERTA HUERTA, Pedro Luis (2002): Villar del Campo. Ruinas de San Adrián del Madero en Enciclopedia del Románico en Castilla y León. Soria, vol. II. M.Á. García Guinea y José M.ª Pérez González (dirs.), Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real-Centro de Estudios del Románico, pp. 1247-1248.
LÁZARO CARRASCOSA, Santiago (2010): Trébago un pueblo soriano. Edita Excma Diputación Provincial de Soria, colección Paisajes, lugares y gentes.
- MADOZ, Pascual (1846-50): Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Edición facsímil de los textos relativos a la provincia de Soria. Edita Ámbito ediciones SA y Diputación de Soria, 1993. Imprime Gráficas Ortega SA Valladolid.
- MARTÍNEZ DÍEZ, G. (1983): Las comunidades de Villa y Tierra de la extremadura castellana. Madrid. Editora Nacional.
- RETUERCE, Manuel y COBOS, Fernando (2004): Fortificación islámica en el alto Duero versus fortificación cristiana en el alto Duero, en el libro Cuando las horas primeras. En el milenario de la Batalla de Calatañazor. Colección Monografías
SANZ PÉREZ, Eugenio (2003): El yacimiento de galena argentífera de San Adrián de los templarios (Sierra del Madero, Cordillera Ibérica, Soria), Revista Celtiberia Nº97. Soria, Centro de Estudios Sorianos, pp. 507-522.
SÁENZ RIDRUEJO, Clemente (1979): La iglesia de San Adrián en la Sierra del Madero. Revista Celtiberia, Nº 58. Soria. Centro de Estudios Sorianos, pp. 281-285